2001 UNA ODISEA DE LA TIERRA

 @jesuscarasa
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                                    2001 UNA ODISEA DE LA TIERRA
Yo tengo un amigo (así empezaba Cachano) que es, como yo, aficionado al cine. Ambos sentimos una gran admiración por la película “2001 Una odisea del espacio” que avanza ya, en los años sesenta, con una estética, para mi, no superada,     cuestiones del pasado y el futuro del ser humano totalmente vigentes.
La cifra 2001 parece insinuar el siglo XXI en el que se desvelarán respuestas a algunas intrigantes intuiciones que en ella se reflejan. Una de ellas es la inteligencia artificial. Vemos, en la película, como un artilugio de una capacidad sobrehumana, diseñado para gobernar hasta el ultimo mecanismo de una nave espacial, a cuyos tripulantes se les ha encomendado una misión en el espacio, se rebela contra ellos al creerles traidores al cumplimiento de dicha misión. Y por elevación, la disparidad de criterio entre el hombre y la máquina creada por él, que lleva a esta a tomar el mando. Ahí es nada, un problema de posibilidad inminente que, ahora, estamos analizando.
Pero esta idea, con ser importante, no es la principal. El eje de la trama es el de la relación del ser humano con una civilización superior a la que vemos (el paralelepipedo) “sembrar” la inteligencia en lo que era un animal, permitiéndole dominar a los demás y progresar exponencialmente. Un posterior contacto (el paralelepipedo sembrado en La Luna) incita al ser humano a desarrollar técnicas que le permiten embarcarse en un viaje por el cosmos en busca de esa civilización. Se ve arrastrado por ella y la encuentra pero…. la comunicación directa es imposible. 
El final de la película queda abierto a todas las interpretaciones.
Me gustan las conversaciones con mi amigo pues cuando escucho sus intrépidas elucubraciones de trapecista intelectual sin red, me hacen sentirme como un padre ante las travesuras dialécticas de su hijo.
Me señala el sorprendente convencimiento del ser humano, en todos los tiempos y civilizaciones, de ser una criatura creada y gobernada por seres superiores, dioses, a la que miran y eventualmente visitan desde las alturas y el desasosiego con que se expande por La Tierra y observa el firmamento buscando el contacto con ellos o  con otras civilizaciones.
La evidencia de antiquísimos conocimientos, luego olvidados, que le permitieron ser autor de ciclópeas y misteriosas construcciones y señales, relacionadas con los astros, todavía incomprendidas.
La elección de la libertad, del libre albedrío, por encima de la obediencia debida a su creador, contra cuyo mandato programado se rebeló como la máquina de 2001. “Pecado original” del que se autoinculpa.
Llegados aquí, mi amigo se despeña por los acantilados del “cuarto milenio”, me recuerda una escena de Star Wars en que vemos un “cementerio” de robots, arrojados ya  por inservibles y me desvela su inaudita teoría de que La Tierra pudiera ser eso, un parque de chatarra biológica, lleno de infinidad de especies desechadas,  un vertedero de “basura” abandonada hace muchos siglos lleno de fracasos tecnobiologicos, ensayos fallidos e inventos malogrados. 
Y eso seriamos nosotros, biorobots capacitados para la reproducción, pero con una total ausencia de control en la calidad, ya que producimos seres sublimes junto a criminales genocidas, máquinas descompuestas, arrojadas a un planeta caótico y descabellado en el que nada de lo que ocurre tendría sentido, poblado por trastos biológicos abandonados a su suerte y en el que nos necesitamos porque somos alimento unos de otros.
La fábula, por disparatada que sea, daría lúgubre explicación a muchas de las circunstancias en las que la vida del ser humano se desarrolla históricamente en este planeta, en el que vemos a algunos capaces de lo mejor y a otros de lo peor, donde muchos se dedican a matar indiscriminadamente y a entorpecer o aniquilar a aquellos, muy pocos, que procuran el progreso moral y la convivencia pacífica.
Un ser que tiene conciencia de si mismo pero que no sabe por que ha venido aquí
 de la nada ni por que tiene que volver a ella y que busca, ansiosamente, al ente que lo “programó” que dé sentido a su existencia.
Esta vez, mi amigo, en su osadía intelectual, se ha despachado a gusto.

Jesús Carasa (21-3-18) Pintor y Escritor.

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