TAMARA DE LEMPICKA

                                      
Estoy, casualmente, en Madrid, el día en que la alcaldesa Carmena inaugura su nuevo Centro Peatonal y no puedo resistir la curiosidad de verlo, caminando, en contra de la opinión de mis viejas articulaciones, desde El Reina Sofía hasta La Plaza de España, a través de La Puerta del Sol y la nueva Gran Vía. De paso voy al viejísimo Palacio Gaviria en el que tengo el propósito, mucho tiempo deseado, de ver, por primera vez, en directo, obras de la sorprendente mujer y admirable pintora, Tamara de Lempicka.
Es uno mas de esos personajes elegidos que pone en evidencia que el que siembra el talento lo hace, como tantas veces, caprichosamente y señala, con el dedo del destino, sin ninguna lógica, a un individuo cualquiera, situado, a veces, en el lugar mas inapropiado, para dotarle de cualidades excepcionales, en cualquier disciplina, acompañadas, al mismo tiempo, de la fuerza necesaria para conseguir el objetivo designado.
El caso de Tamara de Lempicka es uno de ellos. Primero por ser mujer y además por el milagro de compaginar su disciplinada carrera de pintora con la biografía menos adecuada para serlo. Nacida y criada en la alta burguesía polaca,  desenvuelve toda su vida de lujo y placer en distintas estancias y viajes por la Europa de la primera mitad del siglo XX y después en EE.UU. y Méjico, donde murió en 1980. Supo gozar de la frívola vida de la aristocracia de los títulos, del dinero, del lujo y del espectáculo, conservando, milagrosamente, su enorme vocación y disciplina de trabajo que la resguardó para elaborar una de las obras pictóricas mas originales y perfeccionistas del siglo, que tiene tantas que alabar.
Y por fin, por casualidad, consigo ver su trabajo. Y no estaba equivocado.
Mi interés por contemplar, en directo, la obra de Tamara, que admiro, nace de mi afinidad  con ella, no en los temas de su pintura, tan distantes de los mios, sino en otras similitudes, que reconozco, en su realización.
Parte, como yo, de la aceptación del magisterio de los pintores renacentistas, a  los que ella descubrió, de niña, en un viaje a Italia, con su abuela, y que fue el impulso de su camino pictórico. Asimiló, de ellos, el gusto por los colores vibrantes, los sensuales desnudos, el protagonismo de sus togas y sobre todo el propósito inquebrantable de conseguir una exigente sensación de volumen logrado a costa de dedicar tiempo, sin tacañería, a ello.
Se nota, en su pintura, como creo que se ve en la mia, su asimilación admirada por el movimiento cubista, aunque quede, sólamente, como trazos o huellas en su elegido camino hacia la figuración objetiva, instalada decidida y conscientemente en el movimiento Art Decó, que, en aquel momento perseguía, como ella misma, obsesivamente, la modernidad. 
Veo ese ineludible propósito, que yo, también, comparto, de conseguir un acabado perfeccionista de su obra, a base de largas jornadas de reclusión en el taller, actitud sorprendente en una persona cuya vida está enmarcada en una gran actividad mundana. Algunos comparan sus obras con porcelanas, no sin razón.
Los motivos de sus cuadros, reflejan, fielmente, lo que fue su vida. Vemos, casi siempre figuras humanas, con un protagonismo que desborda el lienzo y oculta toda perspectiva alrededor. Son retratos de personas célebres de la aristocracia,  el dinero, la moda, y el cine, con los que se ganaba la vida, o bien escenas de desnudos de alto contenido erótico, en los que no tenia ningún reparo en poner en evidencia sus inclinaciones bisexuales. Estuvo casada dos veces y tuvo varias amantes femeninas conocidas.
Viajó, también, por España y vemos, en la exposición, un inquietante, pequeño retrato de Santa Teresa de Avila, arrobada en un trance místico, en el que es imposible no comparar su mirada perdida con la de las protagonistas de otros cuadros vecinos, retratadas en éxtasis eróticos, a los que Tamara era muy aficionada. Ya lo dije.
Jesus Carasa (5-12-18) Pintor y escritor. 


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