DESMEMORIA HISTORICA

      DESMEMORIA HISTORICA
Siempre me ha chocado comprobar, en mis ocasionales y nada profundas lecturas sobre los acontecimientos políticos y sociales de la Segunda República, que hubiera, abundantes dirigentes bienintencionados, aparentemente preparados, cultos y moderados, que, ante los choques, cada vez mas violentos, entre las fuerzas que querían acabar, de inmediato, con el orden existente y las que pretendían defenderlo, tuvieran la pretensión, que, pasado el tiempo, resultó quimérica, de encauzarlos, moderarlos y dirigirlos, a la vez que disculpaban o minimizaban sus actos. Lo que se llama cabalgar al tigre.
Siempre me ha chocado, también, la desmemoria del ser humano que se sorprende, una y otra vez, hasta del advenimiento de las estaciones climáticas. 
Y digo esto porque, ahora, que habíamos alcanzado el ansiado momento de ver la violencia desprestigiada por la opinión publica española, no podemos dejar de observar, con preocupación, que la agresividad verbal, que nos intentan camuflar como libertad de expresión, vuelve de nuevo. 
La agresividad entre las fuerzas que pretenden acabar con el envidiable periodo de calma que nos trajo La Transición y dirigirnos, no sabemos a donde y las que pretenden mantenerla, va en aumento. Agresividad, en muchos casos, mas que verbal y con gestos ya de violencia física que, afortunadamente, no han tenido, todavía, consecuencias graves.
Es preocupante que, esas fuerzas, verdaderas estatuas de sal, que quieren que nos enfrasquemos en el análisis del pasado, desenterrando los muertos y el rencor, olvidando el siempre acuciante futuro, están despertando, con su radicalismo y unilateralidad, a otras fuerzas, igual de temibles. Las dos españas otra vez, amigos. 
Es curioso comprobar que el comportamiento del ser humano, canallas aparte, es mejor en los malos tiempos y que, cuando estos mejoran, hay, siempre, una parte de la sociedad que juega, frívolamente, a ponerlos en riesgo. No se tiene tan presente como debiera las penalidades, de todo tipo, que el ser humano ha pasado a lo largo de su existencia, el esfuerzo necesario para alcanzar mínimos puñaditos de bienestar, la fragilidad de esos momentos en que los disfrutamos y la sima de sufrimiento al que nos puede llevar la frivolidad en su defensa.
Cuando se alcanza un cierto grado de bienestar y estabilidad, en alguna zona de la tierra, se pierde la noción del riesgo de perderlo aunque se vean alrededor guerras y miserias, y se juega, frívolamente, a poner en marcha sueños sin la debida garantía.
Estamos, otra vez, en uno de esos momentos, no de recuperación sino de pérdida de la memoria histórica, en que muchos piensan que lo conseguido no requiere atención y esfuerzo para mantenerlo y que el progreso, social y económico, se nos dará, como por ley natural, acompasado con el paso del tiempo, como consecuencia de nuestros deseos.
Y en esta coyuntura, es muy triste comprobar que mientras unos se esfuerzan en alcanzar sus sueños emprendedores o su propio bienestar que llega, siempre, propiciando el del de los demás, haya tantos que basan su éxito, exclusivamente, en la notoriedad, aunque venga acompañada de zozobras y riesgos para el resto.
Notoriedad que se busca, cada vez mas, en la impunidad de las redes sociales, en las infinitas manifestaciones callejeras, verdaderos espectáculos de disfraces, pancartas, eslóganes, música, selfies, etc… que aporten el eventual protagonismo ante los amiguetes. Y cada vez, mas algaradas en las que muchos ensayan el gusto por la violencia.
El año 2016 hubo en España 33.069 (90 diarias) manifestaciones y, solo en Madrid 2.784 (7,6 diarias). Otra vez “la España de charanga y pandereta”.
Mucho me temo que estamos en riesgo de repetir momentos peligrosos en los que el traspaso de alguna linea roja, abre las compuertas de uno de esos torrentes de violencia a los que los españoles no sabemos poner fin.
Y quiero terminar con una consideración que, últimamente y por desgracia, me anda rondando con demasiada frecuencia. Cuando oigo a algunos pidiendo moderación, dialogo y prudencia, me asalta la duda de si los españoles estamos interesados en estas fórmulas o lo que, de verdad, nos ha gustado y nos gusta, siempre, es  jugar  a la ruleta rusa.
Jesús Carasa. Escritor y pintor 
 







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