CARLOS V, EL GRAN QUIJOTE

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                                                         CARLOS V, EL GRAN QUIJOTE
Nunca he comprendido como un hecho tan crucial, en la historia de España, permanece tan silenciado. Carlos V se educó en Bélgica, donde había nacido y su hermano Fernando, un poco menor que él, en España. Cuando se planteó la sucesión al trono español, Fernando, como parecía mas lógico, pudo haber sido el elegido; pero Cisneros inclinó la balanza a favor de Carlos por temor a litigios dinámicos. Al final, Carlos fue rey de España y Fernando le sucedió, en su día, en el gobierno del Imperio Germánico. Imaginaos cuan diferente hubiera sido la historia de España si la elección hubiera sido otra.
Pero a lo que vamos, lo repito una vez mas, estoy convencido de que la figura de Carlos V inspiró a Cervantes la de su héroe Don Quijote y quizá, hasta le impulsó a escribir el libro. Se me ocurrió contemplando la figura del Emperador representado, en el cuadro de Tiziano, como vencedor de la Batalla de Mühlberg. Advierto, en él, como un cierto aire medieval y pienso que, quizá, Tiziano, como inmenso artista, captó ese fondo de educación anacrónicamente caballeresca que Carlos V había recibido y que impregnó el comportamiento de toda su vida. Siempre me ha maravillado que los grandes retratistas de Corte fueran tan hábiles para incorporar a sus obras defectos del carácter o la personalidad de los personajes retratados, con tal sutileza, que los transmitieron a la posteridad sin incurrir en su enojo.
Cervantes pretendió mostrarnos a los dos personajes mas prototípicos del ser español interactuando ante las mismas vivencias, dentro del envoltorio de una divertidisima novela. Uno de ellos, Don Quijote, es anacrónico, utópico, sin sentido de la realidad, holgazán en la vida real e hiperactivo en la fantasía, jefe como por ley natural, sin sentido económico y Sancho es leal aun en las desgracias, realista, prudente, todo sentido común, honrado, amante y responsable de los suyos, proveedor de las alforjas y aunque fatalista segundón, consciente de su capacidad para ejercer el mando, si llega el caso, como lo demuestra en el revelador pasaje de La Insula Barataria.  
Carlos V, príncipe europeo y quijote donde los haya, nunca tuvo Corte y gobernó sus reinos de forma itinerante acudiendo, incansable, a resolver los problemas (desfacer entuertos) allí donde se presentaban, recorriendo Europa como si fuera La Mancha hasta que reventó y vino a morir al único reino que siempre le permaneció fiel, Castilla.
En pos de sus quimeras, abandonó el gobierno de España en manos de su mujer, primero, y en las de su hijo adolescente, después y solo volvía a ella a descansar y a desvalijar la Hacienda, despilfarrando, en sus quijotescas aventuras europeas, la escuálida riqueza de Castilla y los galeones con las remesas de oro y plata que llegaban de América directamente a las arcas de sus banqueros acreedores alemanes. 
Gastó, sin tino, levantando, continuamente, ejércitos con los que embarcarse en las “aventuras” europeas que se había propuesto y en las que fracasó: Defender la unidad católica, restaurar el Sacro Imperio Romano Germánico y derrotar o arrinconar al Imperio Turco.
Su hijo y heredero, Felipe II, que recriminaba los despilfarros de su padre cuando ejercía de regente, acabó engullido por el quijotesco torbellino europeo, accionado por su padre y quebró el reino hasta tres veces.
Las riquezas de América y la ruina de Castilla junto a la participación de grandes talentos militares y de gobierno que, de todos sus reinos, se enrolaron en sus empresas, le permitieron conquistar y mantener un poderío y prestigio inmensos en Europa, que fue su único horizonte. Sus descendientes, acuciados por el “sostenella y no enmendalla”, siguieron derrochando riqueza, sangre y talento en la ratonera europea en la que Carlos V nos metió y que hizo que el árbol español creciera con gran vigor, pero torcido. Allí se emplearon, siempre, todas las energías españolas.
Y mientras los quijotes peleaban por puñaditos de tierra europea, los segundones, los sanchos, a sus espaldas, creaban, por el mundo, el verdadero, gran imperio. Un imperio tan de espaldas a sus monarcas, que nadie de las casas reales españolas, lo fue nunca a pisar.
Sin embargo ahí, quizá, hubiera estado nuestro destino, lejos del serpentario europeo. Fijaos que algún visionario, creó allí, enseguida, El Virreinato de Nueva España que incluía, entre otros muchos territorios, gran parte del actual Estados Unidos. Ni mas ni menos.
Amigos, bien pudimos trasladar allí la España de los sanchos y dejar aquí la vieja España de los quijotes, para los europeos siempre enfermos de rabia.
Jesús Carasa. Pintor y Escritor.   

 

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